26 nov 2014

Os NOSOS textos

É moi satisfactorio ler aos membros dun club de lectura, que sempre falan do que escriben os demais.
Enche de fachenda a quen aposta pola idea de que ler  significa tamén escribir.

Nunca lle pagaremos a Eduardo Estévez o esforzo de achegarse a Mugardos aquelas tardes do curso pasado, renunciando mesmo ao xantar. Pero tod@s nós sabemos o que alimentan as palabras, non si?

Aquí vos deixo un menú con primeiro prato, segundo e postre. Pero non é o único: haberá máis.







Presunto 1

 -¡Siéntate! Espero que me cuentes toda la verdad, sin rodeos, y así poder terminar cuanto antes. ¿Dónde estuviste la noche que se cometió el crimen?
-Pues estuve con mis amigos tomando unas copas.
-¿Cómo se llama el lugar?
-“El Faro Rojo.”
-¿Estuvieron tus amigos todo el tiempo contigo?
-Sí, sí.
-¿Seguro? Mira que van a ser interrogados también, no me mientas, que va a ser peor para ti. ¿Conocías a la chica que murió?
-No, no, no la conocía.
-Pero tengo entendido que también frecuentaba ese garito, que la vieron hablar contigo varias veces.
-No, le digo que no la conocía.
-No te creo. Dime la verdad. Estoy empezando a perder la paciencia, y eso puede ser terrible para ti.

Presunto 2
 
¡Siéntate! Dime cuándo fuiste por última vez a “El Faro Rojo”.

-Señor, no conozco ese lugar. 

-¿No? Te vieron con la víctima la noche del asesinato.

-Señor, créame, nunca pisé ese lugar, esa noche yo estaba en casa con mi familia. Le digo la verdad, por favor, créame.

-¿Es cierto que conocías a la víctima?

-Sí, señor, vive a dos manzanas de mi calle, y nos vemos algunos días en la parada del bus, pero nada más, no sé nada de su vida.

-Bien, espera en la otra sala.
                                                                                                                     
FABIANA PÉREZ



Casa ao outro lado da vía
(a partir dun cadro de Edward HOPPER)


Non sei por que se empeñaron en facer a casa ao outro lado da vía. A vía marcaba o límite da vila, iso sabíao todo o mundo. Pero eles viñeran de fóra, e ademais a señora era unha excéntrica, ou unha dama como dicían por aquí. E todo porque lle gustaba ir de pamela. Pois iso, que fixeron a casa no outro lado e agora aí quedou. Eles mudaron xa hai moitos anos, de feito a casa leva máis tempo baleira que  ocupada. Unha mágoa, porque é ben bonita. Eu seino porque estiven alí moitas veces cando era pequeno, ben, cando era máis pequeno. Lévabanme os amigos do meu irmán. Iamos á tardiña, e ás veces collíanos a noite.
Rápido- dicíanos Mercedes- vainos coller a noite! E eu miraba para todos os lados asustado, a ver por onde viña a noite, e corría ata atravesar a vía como se ao outro lado xa estivese a salvo.
Daquela xa empezaban a contar cousas da casa: que se estaba encantada, que se había pantasmas, as luces, as cortinas...eu que sei! Todo empezou porque os donos marcharon de repente, dixeron que a meniña estaba enferma. Pero eu penso que a mala sona da casa era por culpa da película esa,  a de Hitchock. O motel aquel era cuspidiño á casa do outro lado da vía, pero nas bañeiras da casa non había cortinas. Foi o primeiro que miraron as nenas cando por fin nos arriscamos a entrar.
Fumos moitas veces ata alí, pero non conseguimos entrar ata un día que Inma levou o clarinete. Empezou a tocalo, e debeunos parecer que se entrabamos con música non nos ía pasar nada, e alá fumos. Miguel case sempre quedaba no porche con Ferrán, vixiando. Por se acaso. Iso dicían eles, pero eu penso que tiñan medo. Ás veces entraban, supoño que cando deixaban de oírnos tiñan máis medo fóra que dentro.
A min o cuarto que máis me gustaba era o que estaba arriba de todo, con ventás polas catro paredes. Alí quedara un baúl cheo de pamelas. Mercedes probábaas todas mentres Inma tocaba o clarinete. E eu aplaudía.
Tamén había un gato. Ese era o único que nos botaba de alí. Debía ter pulgas, ou o que teñan os gatos, porque se rascaba contra a parede xusto por onde estaba o interruptor da luz. Cando ía para un lado acendía a luz, cando ía para o outro apagábaa. E con luz non podiamos estar alí, non fora ser que nos descubriran.
Cando empezaron a dicir que se vía a sombra da dama a través das cortinas  non dixemos nada. Nin tampouco explicamos por que as luces se acendían soas. Nin o da música que saía da casa. Se chegan a saber que entramos tantas veces alí, mátannos. Iso como mínimo. Ademais non lles ía gustar que todo aquilo tivera explicación. Era mellor que seguise sendo un misterio.
Cando Mercedes e Miguel marcharon da vila xa non volvimos a entrar. E alí quedou a casa. Alí segue. Ás veces vén xente a vela, pero ninguén a merca. Quen a vai querer ao outro lado da vía? É tan parecida á casa da película aquela…



ANA INÉS RODRÍGUEZ




Aislado


Me tiemblan las manos. Están llenas de marcas negras, muy negras, que queman. Solamente las distingo porque tengo la linterna encendida. Es lo único que me salva. Pero se está agotando, y no me queda mucho tiempo, tampoco demasiadas fuerzas. El maldito faro, tan tranquilo al principio, me ha llevado a la miseria, a una especie de condena que no parecía tener fin. Estoy sucio. Huelo a orina. No pude evitarlo, me sobrepasaron. Ellos me sobrepasaron. Por las noches era lo peor. Recojo todo mi calvario en estas hojas, para avisar al próximo farero de que salga corriendo, pues son insaciables. He podido atisbar su forma, aunque siempre se amparen por la oscuridad. Su cara es humana, pero está llena de moratones, y roja, como si le hubieran pegado una gran paliza a cada uno. Van de aquí para allá, encorvados, asemejándose a un mono más que a una persona. Emiten cloqueos, constantes, y no cierran la boca nunca. Me han rasgado la ropa y sus uñas me han acariciado sin impunidad, provocando cortes demasiado dolorosos en mí. Soy un vestigio del pasado, porque apenas tengo fuerzas para sujetar el bolígrafo.

Vine buscando inspiración, y la encontré. Mi mano se mueve presta, aunque la caligrafía me salga torcida. No tengo tiempo para rectificar. Estoy tan agotado… No puedo ni sollozar cual niño pequeño en la esquina, porque me agarrarían y me comerían vivo allí mismo. Yo era un escritor normal,  que llegó a este faro pensando cómo sería vivir aquí, tan aislado de la egoísta sociedad. Imaginé que venir solo lo haría especial, diferente. Y no puedo quejarme de ello. El temporal, inesperado, me aisló. El barco no podía llegar al pequeño islote, y el puente, de madera, se rompió, impidiendo la entrada por tierra. “Nada malo”, me dije a mí mismo. Y cuando los días se hicieron más cortos y las noches más largas, aparecieron. Cuando encontré el extraño sótano, surgieron. Un sótano lleno de cadenas, sangre, pinzas y cuchillos. Al principio, no escuché nada. Un silencio denso, impresionante. Y después, una respiración fuerte. No estaba solo, y nunca lo había estado. Intentaron agarrarme de los tobillos, pero fui lo suficiente rápido como para huir.

Escapé, me encerré, y escuché cómo salían, perezosos, y rascaban mi puerta. Tardé varias jornadas en darme cuenta que detestaban la luz. Durante el día se escondían en alguna parte tenebrosa del faro.  Y por la noche, me azuzaban, me torturaban, me hacían daño.

Estoy cansado, muy cansado. No quedan vendas, no queda comida, no queda nada. La linterna parpadea, y ya es de noche. Siento un cosquilleo en donde deberían estar algunos dedos de la mano. Ahora, aporrean la puerta. Oigo su asqueroso lenguaje. Me imagino lo que harán cuando entren. Ah, corre, maldito insensato, corre y lárgate de aquí. Este faro, este islote, es suyo. Solo suyo.

No quieren intrusos.

PABLO PÉREZ RAÑALES